Inmediatamente me di cuenta
que ésta era una marcha distinta, al ver sus rostros tan niños me llegó de
golpe la realidad, creo que no la había entendido con tanta crueldad y claridad
hasta ese momento en que nos encontramos frente a frente y sus miradas me
taladraron el alma. Se me hizo un nudo
en la garganta y no pude más que dejar salir algunas lágrimas de mis ojos, por
pudor más que por falta de ellas, por vergüenza, porque no he hecho lo
suficiente para que esto no siga sucediendo.
Mi mente empezó a dar
vueltas y pensé, ¿cuántas marchas más? Ya han sido demasiadas, demasiados muertos
y muertas, demasiada injusticia, demasiadas madres y padres buscando desesperadamente,
demasiada sordera, demasiada indiferencia.
Inevitablemente pensé en
Tenango, en las historias que he escuchado, y pienso, de por sí la pobreza hace
ya lo suyo, son los más pobres y los más olvidados, los de allá lejos en la
sierra, la niñez y juventud indígena, ésa que se levanta a las tres o cuatro de
la madrugada para trabajar y que puntualmente a las ocho de la mañana llega a
la escuela porque quiere aprender y porque le gusta jugar.
Ya de por sí la violencia
hace lo suyo, ésa que se basa en un sistema absurdo que justifica las peores perversiones
en nombre de la superioridad. Ya de por sí hay niñas y niños que son torturados
en sus casa, en sus escuelas, en sus comunidades. Tor-tu-ra-dos, ésa es la
palabra, así, sin tapujos.
Ya de por sí y encima, después
de pasar durísimas pruebas en sus primeros años de vida, encima, cuando logran permanecer
en la escuela, cuando aprenden a cuestionar, cuando ya no quieren conformarse,
entonces, les llega lo peor.
Ellos caminan, con la cabeza
bien en alto, con su voz firme, con sus ojos brillantes, con sus ganas de ser
escuchados “¿Por qué nos matan?” se preguntan y caminan con libros en las manos.
Y me acuerdo de un día que íbamos a Tenango con las y los jóvenes de servicio
social de la Ibero. Uno de ellos llevaba una mochila al hombro y la mujer encargada
de revisar nuestras pertenencias al subir al camión le impidió el paso porque
decía que tenía que dejar su mochila en la cajuela del camión. Él le argumentó
que era su mochila de mano, que no llevaba ropa. Ella abrió la mochila y le
dijo que no podía subirla porque “llevaba demasiados libros y era por seguridad”,
esas fueron sus palabras exactas. ¿Cuántos son demasiados libros? ¿Existe eso? ¡Un
joven lleva libros en su mochila y es detenido “por seguridad”!
En silencio y con el corazón
destrozado esperamos a que terminaran de pasar las escuelas normales y al escuchar
una banda de música decidimos comenzar a caminar. A ratos la banda tocaba
chinelas a ratos tocaba música de ésa fúnebre que se toca cuando se camina
hacia el cementerio. En un par de ocasiones se detuvieron frente a lugares
emblemáticos como el del periódico Excélsior. Esta vez fue diferente, no era
como cuando yo era joven (más) y nos deteníamos a reclamar “¡No somos uno, no
somos cien, prensa vendida, cuéntanos bien!”. Hoy no importan cuántos caminan,
sólo importan los muertos y los vivos, ésos jóvenes que les toca enfrentar “días
terribles y lo indescriptible”, como dice
Silvio. La gente miraba en silencio a los estudiantes pasar y yo buscaba
el significado de sus miradas. Dirán que fue pura proyección, y sí, seguramente
sí. Vi lágrimas, muchas lágrimas, labios apretados y mejillas rojas, rostros
con mucho dolor, me atrevo a decir que algunos eran de desesperanza.
No quiero mencionar la
palabra porque es probablemente más mía que de los rostros que observé, y me da
miedo que mi corazón esté perdiendo la batalla. Pero bueno, de vez en cuando
supongo que uno se puede sentir así, cansado, perdido. En ése momento recordé
el mensaje de una muy querida amiga que me escribió en el whatsapp “grita
alguna consigna pensando en mí, inclúyeme en tu reclamo y en tu indignación”.
Ella que está en su propia lucha, que no se rinde, que sigue apostándole a la
vida…pues tuve que hacerlo, respirar profundo y gritar pensando en ella, ¡porque
los queremos vivos!
Después la entrada al Zócalo
y escuchar a los padres en el templete con su dolor y con su fuerza, exigiendo
el regreso de sus hijos con vida. Yo dudé unos segundos, pensé en las fosas, y
después recordé que hay que imaginar lo imposible, que no debo permitir que me arrebaten
mi derecho a soñar. ¡VIVOS, LOS QUEREMOS VIVOS Y PUNTO! Los queremos a todas y
todos viviendo, no sobreviviendo.
Seguimos caminando y
seguimos caminando. Apostando por la vida y la belleza.
SGE
8/10/2014